12 mayo, 2025

Leña, el pueblo que se resignó a vivir sin agua

La última vez que los habitantes de Leña vieron salir agua de las llaves de su casa fue hace unos 50 años, desde entonces comenzó la eterna espera y lucha por conseguir el líquido para su superviviencia.

 

El verdadero nombre de este centenario pueblo enclavado en la zona más caliente del centro del Atlántico, jurisdicción del municipio de Candelaria, es Buenaventura, en honor a uno de sus fundadores, pero lo llamaron Leña por ser una despensa maderera utilizada por los barcos de vapor que subían por el río Magdalena, a unos 9 kilómetros, para llegar al Ingenio Sincerín, la principal central azucarera del país a principios del siglo pasado en el Canal de El Dique, que llegó a tener 2.000 trabajadores y producir hasta 70 mil toneladas de azúcar.

Es un pueblo a donde se llega fácil gracias al buen estado de las vías, de gente buena y servicial que viven de los cultivos de maíz, yuca y sorgo, además de la ganadería. Muchos emigraron a Venezuela, en la época que el bolívar tenía buen precio, lo que permitió un desarrollo local, pero ahora están de regreso y con los brazos cruzados sin saber qué hacer, la sequía arrasó con las siembras y tiene contra las cuerdas a la ganadería.

Muchos están vendiendo las reses porque saben lo que viene, “sacabamos en un día de sereno hasta 280 litros de leche diarios, y hoy con el mismo ganado no llegamos a 40 litros. Los pastos están secos”, dice Armando Pérez administrador de una finca.

El presidente de la Junta de Acción Comunal, Eudaldo Pulido, un hombre de piel dura por años de sol, explica que los estudios realizados por la Gobernación del Atlántico y el mismo Gobierno Nacional dan cuenta que en los alrededores del pueblo no hay fuentes de agua subterráneas. Sin embargo algunos gobernantes han insistido en cavar pozos generando una expectativa, pero al final se pierde la plata y se entierran las esperanzas de la comunidad.

Pulido, de 58 años de edad, recuerda que cuando era niño su madre cada 8 días viajaba a Barranquilla, a una hora, a mercar y traer agua para tomar en la casa. “Somos 10 hermanos a veces no alcanzaba para todos, entonces nos acostumbramos al agua lluvia y bañarnos con la del Jagüey”.

El hombre, que espanta el calor con su sombrero de paja, cuenta que en Leña antes de levantar una casa lo primero que se construye es la alberca para recoger agua lluvia y almacenar las que se trae de los jagüeyes. Además no les hacen regadera ni lavaplatos, pues son consientes que por esas llaves no saldrá agua.

Las fuentes de captación del pueblo son tres jagüeyes, algunos contaminados porque es el mismo sitio donde llegan vacas, burros, perros y chivos. La otra es la lluvia que con el cambio climático también se ha espantado, este año no ha caido un solo aguacero, solo lloviznas, que como dicen sus habitantes, lo que hacen es alborotar el calor y que se interrumpa el servicio de energía eléctrica.

“Apenas se pone el cielo negro, los cables de energía parece que supieran que viene agua porque enseguida se va la luz”, asegura Saúl Rodríguez, el celador del colegio, quien ya no se queja de la falta de agua sino de los apagones en el pueblo cada vez que bajan las temperaturas por amago de lluvia.

Los 4.200 habitantes parece estar resignados a vivir sin acueducto, como lo testimonia Jaminsón Hernández que en una bicicleta llega al jagüey, ubicado en una finca a cinco minutos del pueblo, con una jabón y un tanque de cinco litros, luego de bañarse recoge agua para llevar. “De esto no me voy a morir, o sino ya se hubiera muerto todo el pueblo”, dice el hombre al referirse a la calidad del agua con la que se baña.

Desde las cuatro de la mañana por las calles de Leña comienza el movimiento de los cargadores de agua, unos 25 hombres que en tienen la misión de llevar agua casa por casa en triciclos donde montan 6 pimpinas de 6 litros cada una.

El costo del servicio varía dependiendo del jagüey quiere que le traigan el agua, hay uno cercano al pueblo cuya agua es utilizada para lavar y el aseo de la casa, esa viaje cuesta 2.500 pesos, y otro más lejano en donde el agua es de mejor calidad que usan para el consumo y la cocina, ir allá cuesta 5.000.

La directora de la Institución Educativa de Leña, Corina Alvarín, donde asisten 422 estudiantes y dispone de 22 docentes que vienen de otros municipios como Juan de Acosta, Sabanalarga, Ponedera, y Barranquilla, solo dos profesores son de aquí, cuenta que les toca comprar bolsa de agua a los camiones que pasan dos veces por semanas, para darle a los niños.

“Los profesores traen sus termos temen enfermarse si toman el agua de acá, pero para los estudiantes cuando no hay toca mandar a los más grandecitos a que traigan de sus casas para darle a los más pequeños”, cuenta que la alcaldía de Candelaria manda un carrotanque para llenar las albercas que es con la que se atiende los baños y el aseo, pero desde hace días que el carro no viene al pueblo.

Como no llueve y el colegio de es vocación agrícola les toco implementar como proyecto productivo el de la siembra de sábila, que es de las pocas que puede sobrevivir en condiciones de sequía.

Los días del acueducto

Eudaldo Pulido cuenta que los leñeros alcanzaron a recibir el servicio de agua apta para el consumo humano enviada a través de una tubería del municipio de Candelaria a un pozo elevado de donde se repartía al pueblo.

El proyecto fue construido en los años 60 por el Instituto Nacional de Proyectos Especiales pero la falta de mantenimiento y atención terminó por acabarlo. Pulido denuncia que los mismos operarios del acueducto conectaban a finqueros, por plata, a la tubería para que tuvieran agua con que regar sus cultivos y llenar sus reservorios, dejando sin prensión al pueblo. “Hasta las vacas tomaban mejor agua que nosotros”, dice en tono desconsolado.

Hoy el tanque elevado es una ruina que ha traído desgracia al pueblo, como la registrada el 9 de diciembre del 2006 en las fiestas de la Virgen Inmaculada, patrona de Leña, cuando Wilman García, un ex militar, en medio de los tragos se subió allí y se suicidó, hecho que alteró la tranquilidad de este apacible pueblo.

Hoy los habitantes piden que derrumben esa infraestructura, ya que además de traer los trágicos recursos hay muchos niños y jóvenes que cuando van a ser reprendidos por su padres se encaraman allí para huir del regaño o un correazo, “Ahora los pelaos no pueden tener un disgusto en la casa porque enseguida se van trepando aquí y amenazan con tirarse, pero a más de a uno lo han bajado a chancleta”, dice Pulido.

También se construyó una represa, alimentada por arroyos de la zona, con la que se pretendía poner en funcionamiento un distrito de riego. En el lugar fue repoblado con peces y fue la fuente de sustento por un tiempo de los pescadores, pero se abandonó hoy es un sitio desértico y monumento a la desidia oficial.

Agua en carrotanques

El 4 de enero pasado los leñeros cansados de esperar y agobiados por la sed bloquearon la vías lo que generó una reacción de la Gobernacion del Atlántico que consiguió dos plantas purificadoras, con capacidad para 16 mil litros, y 12 tanques de almacenamiento de agua, con capacidad de 2 mil litros y dos más para almacenar 5 mil litros del preciado líquido.

El Subsecretario de Prevención y Atención de Desastres en el Atlántico, Edinson Palma Jiménez celebró la entrega de las ayudas debido a que durante 50 años sus pobladores no recibían agua potable, sino que eran obtenidos por carrotanque.

La felicidad les duró poco a los leñeros, hoy la planta de purificación está abandonada porque no hay donde traerle agua y si bien en un principio llegaban los carrotanques del ejército, hace más de un mes que no los han vuelto a ver por estos lados, puesto que están atendiendo las emergencias por sequías desatadas en el norte del departamento.

“Son buenas las intenciones del gobernador pero en estos momentos estamos sin agua”, señala Lesvia Truyol, líder comunitaria quien al igual que todo el pueblo tiene las esperanzas puestas en la tubería que vienen enterrando desde el municipio de Manatí, donde el Fondo de Adaptación construyo el más moderno acueducto de la costa, con una inversión de 12.800 millones de pesos para que lleve agua a Manatí, Candelaria y los corregimientos de Carreto y Leñas.

Sin embargo el agua no ha llegado y los leñeros aseguran que ya está escaseando, ya el Fondo de Adaptación denunció que de los 120 litros por segundo que debe recibir la planta de tratamiento de Manatí están entrando 90 como consecuencia del robo de agua de los finqueros, que se siguen pegando a los tubos de conducción del líquido para regar sus cultivos y jagüeyes.

“Aquí nuestra esperanza es que llueva, y cuando llueve se nos va la luz, entonces ya no sabemos ni qué hacer”, dice con resignación Pulido, mientras ayuda a uno de los cargadores de agua.

 

LEONARDO HERRERA DELGHAMS
Enviado especial de EL TIEMPO
Leña (Atlántico)

 

 

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