La idea de una ciudad autoadministrada parece sacada de la ciencia ficción, pero es una posibilidad cada vez más real.
La desconfianza en los gobernantes ha llevado a que los ciudadanos y los grandes conglomerados tecnológicos busquen alternativas.
En la era de las smart cities, los algoritmos y la inteligencia artificial prometen gestionar el tráfico, la seguridad y los servicios públicos con una precisión que los humanos no han logrado. Sin embargo, esta automatización conlleva riesgos: ¿qué pasa cuando la humanidad queda relegada en la toma de decisiones? ¿Podemos confiar en que los algoritmos actuarán en beneficio de todos y no solo de quienes los programan?
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